domingo, 13 de enero de 2013

¡¡Porque todo en la seducción no iba a ser bueno!!


“En la vida amorosa, no ser amado
 rebaja el sentimiento de autoestima,
 serlo lo eleva»
S. Freud
Los riesgos de la seducción

            Todos los vínculos de nuestra vida sentimental mantienen fuertes nexos con la autoestima. ¡Qué decir entonces de la influencia de nuestros éxitos y fracasos amorosos!

            Está claro que necesitamos relacionarnos con los demás, y el hecho de que estas interacciones sean positivas o negativas, muchas veces influye en la manera en que nos vemos a nosotros mismos. En una situación donde la interacción no va bien, no es tan extraño preguntarse si hay algo que uno haya hecho mal, si sus características de personalidad han podido influir en tal desenlace, etc. Si la persona parte de un autoestima baja, corre mayor peligro de que estos fracasos le influyan más que si la tuviera alta. ¿Esto a qué se debe? A que muchas veces, nos valemos de las opiniones y conductas de los demás para valorarnos a nosotros mismos.
           
La inaguantable necesidad de gustar
            A todo el mundo le gusta sentirse atractivo ante los demás, le resulta reforzante estar en armonía con la gente que le rodea y sentirse validado.

            Como hemos venido tratando todo este tiempo, el seductor pretende dar un paso más allá, destacar entre los demás, siendo él el que se lleve a la chica guapa del lugar. Pero parece que en todas sus conductas observamos un fin: alcanzar ese objetivo, esa mujer tan deseada por todos. Pero esta seducción se puede convertir  convierte en una continua necesidad, sin tener en cuenta ya una meta determinada, sino seducir por seducir. Se trata de una necesidad de seducir más de lo razonable (incluso en situaciones superfluas y triviales). El fin último, es sin duda, alimentar esa autoestima pobre y sedienta de reforzamiento.

            En un principio, nos puede parecer bueno que se alimente esa autoestima, pues esto contribuye al bienestar de la persona. Pero tiene grandes consecuencias colaterales, que pueden ser un arma de doble filo para el conquistador.

            Esta continua necesidad de aprobación puede causar una dependencia de los otros y una alta sensibilidad a las críticas y al rechazo. Cuando esta persona se encuentre ante personas frías y poco sensibles a su encanto, todo su castillo de arena se derrumbará y tendrá la sensación de estar perdido y desamparado.

            Querer seducir siempre no es una solución, sino que puede llegar a ocultar incluso las dudas que la persona tiene sobre sí misma. Al basarse sólo en lo que opinan o le demuestran los demás, no se para a valorarse a sí mismo, por lo que tampoco piensa en su autoconcepto y todos los problemas que carga este hecho.



¿Esta necesidad de seducir es una enfermedad?
            Los primeros psicoanalistas denominaron la seducción sin consecuencias con el concepto de Histeria. La histérica dirige a los demás señales de seducción, pero promete más de lo que desea o puede dar en materia de compromiso sexual o sentimental.

            Actualmente, esta etiqueta ha ido desapareciendo y se han empezado a estudiar otros ámbitos relevantes en este fenómeno, como podrían ser las características de personalidad.

            Centrándonos en la personalidad histriónica, encontramos una necesidad imperiosa de llamar la atención, de gustar. Estas personas obtienen más gratificaciones entregándose a sucesivas tentativas de seducir a los demás que entregarse a una relación duradera. No son personas que se aten rápidamente en una relación, sino más bien “les gusta ir de flor en flor”, sin compromisos. Una posible explicación de esta conducta podría ser que tienen una autoestima compartimentada, en la que por un lado encontramos el valor atractivo sexualmente y por otro, el escaso interés y la incapacidad de retener a su lado a un compañero sentimental.

Por otro lado, está la personalidad narcisista. El narcisista está completamente eclipsado por su belleza, de manera que no es capaz de empatizar con el resto del mundo ni ir más allá de su propio egocentrismo. Irradia sentimientos de grandiosidad, fruto de una imagen distorsionada y “perfecta” de sí mismo, de sus fantasías de poder, éxito, amor ideal ilimitado, brillo y belleza. Pese a que no empatizan con los demás, son altamente vulnerables a la crítica y a la frustración, respondiendo de forma desafiante cuando se pone en peligro la integridad de su autoestima. Necesitan que su egocentrismo sea alimentado constantemente por aquellos que le rodean. No muestran reparo alguno en aprovecharse de los demás para alcanzar sus objetivos y su comportamiento arrogante no impide que sientan inmensa envidia hacia los demás. Todo unos personajillos, vamos.

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