“En la vida amorosa,
no ser amado
rebaja el sentimiento de autoestima,
serlo lo eleva»
S. Freud
Los riesgos de la seducción
Todos los vínculos de nuestra vida sentimental mantienen
fuertes nexos con la autoestima. ¡Qué decir entonces de la influencia de
nuestros éxitos y fracasos amorosos!
Está claro que necesitamos relacionarnos con los demás, y
el hecho de que estas interacciones sean positivas o negativas, muchas veces
influye en la manera en que nos vemos a nosotros mismos. En una situación donde
la interacción no va bien, no es tan extraño preguntarse si hay algo que uno
haya hecho mal, si sus características de personalidad han podido influir en
tal desenlace, etc. Si la persona parte de un autoestima baja, corre mayor
peligro de que estos fracasos le influyan más que si la tuviera alta. ¿Esto a
qué se debe? A que muchas veces, nos valemos de las opiniones y conductas de
los demás para valorarnos a nosotros mismos.
La inaguantable necesidad de
gustar
A todo el mundo le gusta sentirse atractivo ante los demás,
le resulta reforzante estar en armonía con la gente que le rodea y sentirse
validado.
Como hemos venido tratando todo este tiempo, el seductor
pretende dar un paso más allá, destacar entre los demás, siendo él el que se
lleve a la chica guapa del lugar. Pero parece que en todas sus conductas
observamos un fin: alcanzar ese objetivo, esa mujer tan deseada por todos. Pero
esta seducción se puede convertir convierte en una continua necesidad, sin tener
en cuenta ya una meta determinada, sino seducir por seducir. Se trata de una
necesidad de seducir más de lo razonable (incluso en situaciones superfluas y
triviales). El fin último, es sin duda, alimentar esa autoestima pobre y
sedienta de reforzamiento.

Esta continua necesidad de aprobación puede causar una dependencia
de los otros y una alta sensibilidad a las críticas y al rechazo.
Cuando esta persona se encuentre ante personas frías y poco sensibles a su
encanto, todo su castillo de arena se derrumbará y tendrá la sensación de estar
perdido y desamparado.
Querer seducir siempre no es una solución, sino que puede
llegar a ocultar incluso las dudas que la persona tiene sobre sí misma. Al
basarse sólo en lo que opinan o le demuestran los demás, no se para a valorarse
a sí mismo, por lo que tampoco piensa en su autoconcepto y todos los problemas
que carga este hecho.
¿Esta necesidad de seducir es una
enfermedad?
Los primeros psicoanalistas denominaron la seducción sin
consecuencias con el concepto de Histeria. La histérica dirige a los
demás señales de seducción, pero promete más de lo que desea o puede dar en
materia de compromiso sexual o sentimental.
Actualmente, esta etiqueta ha ido desapareciendo y se han
empezado a estudiar otros ámbitos relevantes en este fenómeno, como podrían ser
las características de personalidad.
Centrándonos en la personalidad histriónica,
encontramos una necesidad imperiosa de llamar la atención, de gustar. Estas
personas obtienen más gratificaciones entregándose a sucesivas tentativas de
seducir a los demás que entregarse a una relación duradera. No son personas que
se aten rápidamente en una relación, sino más bien “les gusta ir de flor en
flor”, sin compromisos. Una posible explicación de esta conducta podría ser que
tienen una autoestima compartimentada, en la que por un lado encontramos el
valor atractivo sexualmente y por otro, el escaso interés y la incapacidad de
retener a su lado a un compañero sentimental.
Por otro lado, está la personalidad narcisista. El
narcisista está completamente eclipsado por su belleza, de manera que no es
capaz de empatizar con el resto del mundo ni ir más allá de su propio
egocentrismo. Irradia sentimientos de grandiosidad, fruto de una imagen
distorsionada y “perfecta” de sí mismo, de sus fantasías de poder, éxito, amor
ideal ilimitado, brillo y belleza. Pese a que no empatizan con los demás, son
altamente vulnerables a la crítica y a la frustración, respondiendo de forma
desafiante cuando se pone en peligro la integridad de su autoestima. Necesitan
que su egocentrismo sea alimentado constantemente por aquellos que le rodean. No
muestran reparo alguno en aprovecharse de los demás para alcanzar sus objetivos
y su comportamiento arrogante no impide que sientan inmensa envidia hacia los
demás. Todo unos personajillos, vamos.
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